Decid ¿cómo es posible que con el claro juicio que generosamente me concedísteis, circunstancia que en punto á matrimonio debe naturalmente hacerme más previsora y descontentadiza, me allane ahora á cometer un disparate que no se ocultó á mi simpleza? Si tan ardientemente deseabais caseros conmigo, muy poco cuerdo auduvísteis en disipar la nube de mi ignorancia, abriendo mis ojos para que viese las cosas con una claridad con que ántes no las veia.
—Si es cierto, como vos confesais, contestó Roquete del Copete, que un hombre de talento tendria razon sobrada en haceros cargos por el olvido de una promesa solemne ¿con qué razon, señora, podeis exigir de mí que no haga uso de tan justo derecho, cuando va en ello toda la felicidad de mi vida? ¿Sería razonable que las personas de talento fuesen de peor condicion que las que no lo tienen? ¿Seríais voz capaz de tan enorme contrasentido? ¿Vos, que tan claro juicio poseeis y que tan ardientemente deseasteis tenerlo? Hablemos sin rodeos. Dejando aparte mi fealdad ¿encontrais en mí alguna cosa que os disguste? ¿Teneis algo que oponer á mi nacimiento, á mi discrecion, á mi carácter, á mi educacion?
—No por cierto, contestó la princesa; alabo esas altas prendas de que muy justamente podeis preciaros.
—Siendo así, añadió Roquete del Copete, espero ser dichoso, porque podeis convertirme en el más hermoso y bizarro de los hombres.
—¿Cómo puedo yo hacer tal milagro? preguntó la princesa.