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y presa de una emoción por él hasta entonces desconocida, se acercó con timidez á la pastora y le dijo; - He perdido la vista á mis compañeros. ¿Podríais decirme si la cacería ha pasado por aquí? - No, señor, contestó la jóven; pero os enseñaré un camino que os llevará al lado de vuestros amigos. - Gracias, bella jóven, añadió el príncipe. Muchas veces he estado en estos lugares, pero hasta ahora no he sabido ver lo más precioso que hay en ellos. Al decir estas palabras, inclinóse para beber en el arroyo y apagar la ardiente sed que le devoraba. -Esperad un momento, añadió ella. Saltando como un jilguero, fué a su cabaña y volvió con la sonrisa en los labios ofreciendo al príncipe un vaso que, con ser de barro, parecióle más preciosos que los de oro y plata. Luego de haber bebido guióle la pastora á través del bosque, fijándose el príncipe en el sitio por donde pasaban, porque deseaba ver de nuevo a la joven. Por último, descubrieron la llanura y a lo lejos el palacio del príncipe, quien se separó de la pastora no sin tristeza; y en ella pensando, a paso lento se encaminó a suntuosa morada. Tan grabada tenía su imagen en su corazón, que al día siguiente salió á cazar más temprano que de costumbre, y guiándose por sus recuerdos, dió con el arroyo, con el rebaño y con la pastora. Trabó conversación con ella y supo que era huérfana de madre y vivía con su padre, siendo su nombre Grisélida. De los frutos de la tierra se alimentaban y de la leche de las ovejas, cuya lana hilaba, tejiéndose los vestidos sin recurrir para nada á la