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siendo acogido por entusiastas aclamaciones. Siguiéndole todos con las mirada, y general fué la sorpresa al verle salir de la ciudad y dirigirse al vecino bosque que como tenia por costumbre todos los días. La alegría trocóse en descanto, pues el pueblo supuso que , dominado por su pasión por la caza, había dado al olvido la boda. La sorpresa de la corte no era mejor que la del pueblo, y fue en aumento cuando el príncipe se internó en lo más profundo del bosque. Al llegar delante de la cabaña de la pastora, se detuvo. En aquel entonces salía Grisélida con un vestido nuevo, pues hasta ella había llegado la noticia del casamiento y quería ir á la ciudad para ver los festejos. - ¿A dónde vaís? le preguntó el príncipe con amoroso y dulce acento, mirándola tiernamente. No apresuréis paso, pues la boda no puede realizarse sin vos. Yo soy el príncipe y os he elegido entre todas las bellezas de este país para pasar con vos el resto de mis días, si mi corazón halla correspondencia en el vuestro. Llena de asombro y dominada por la emoción, la pastora balbuceó: - ¡Ah, señor; cómo he de creer que sea cierto que decís, si soy una humilde campesina! - Pero reináis en mi corazón. Vuestro padre, á quien he hablado, consiente que seáis mi esposa, y para la boda sólo falta vuestro consentimiento. Deseoso de que la tranquilidad impere en mi hogar, os ruego juréis que nunca tendréis otra voluntad que la mía. - Lo prometo y lo juro, contestó ella. Aunque