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término á vuestra felicidad. Nacida en humilde cuna, todo lo he sufrido; pero una palabra dura ó seca á ella la mataria. :

Cuidad de lo que os importa, le contestó el príncipe con rudeza, y cumplid mis órdenes. No consiento que una pastora me recuerde mis deberes.

Á estas palabras Grisélida bajó los ojos sin pro- nunciar palabra.

Invitada la corte á la boda, todas las damas y todos los caballeros se reunieron en un magnífico salon. Presentóse el príncipe, y les dijo:

—Muy engañadora es la esperanza, pero aún lo es más la apariencia, y si álguien lo duda pronto se convencerá de cuan cierto es lo que digo. Todos estais convencidos de que rebosa contento el co- razon de la jóven princesa que va á ser mi esposa. Apariencia engañadora. Creeis que este jóven, va- liente en las batallas, de ilustre estirpe, vé con satis- faccion la boda de su príncipe. Apariencia engaña- dora. Suponeis que Grisélida llora en estos momentos presa de la mayor desesperacion. Apariencia engaña- dora tambien, pues Grisélida inclina la cabeza ante la voluntad de su señor y nada ha podido agotar su paciencia. Por último, no hay entre vosotros quien no tenga la íntima conviccion de que esta boda ha de ser el remate de mi felicidad. Otra apariencia enga- ñadora. Difícil os parecerá el enigma, pero pronto lo comprendereis. Sabed que la encantadora princesa es mi hija y la doy en matrimonio á este jóven ca— ballero que la ama entrañablemente y cuyo amor es correspondido; sabed tambien que, conmovido por la paciencia y cariño de la fiel esposa á quien

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