74 Carlos Gagini
esas manchas y la acusación de usted, observó el Juez.
—Ante todo es bueno dar la orden de captura sin pérdida de tiempo . . . bajo mi responsabilidad, agregó Marcial, al ver que el Juez vacilaba.
Y mientras el detective se dirigía a toda prisa al telégrafo, mi amigo prosiguió:
—Desde el primer momento sospeché del marido al ver su actitud ante el lecho mortuorio: ni una sola vez se atrevió a mirar el rostro de la muerta. La cortadura de la sábana excluía la hipótesis del suicidio. En cuanto al asesinato, a mi juicio había tres culpables de los cuales uno era necesariamente el culpado: un ladrón, Daniel y el marido. Los dos primeros ignoraban naturalmente la existencia de la daga: el ladrón además, se habría llevado, no sólo las joyas que usaba la víctima, sino también multitud de objetos valiosos, y no es verosímil que hubiese perdido tiempo en colocar el cadáver en tan extraña actitud. En cuanto a Téllez, era absurdo suponer que Amelia le hubiese dado una cita y le esperase dormida, y más absurdo aún que él la matase sin hablar antes con ella. La amenazadora carta de Daniel encontrada en la bata de Amelia fué una revelación para mí: ¿aquí en el borde, ven ustedes? está ligeramente manchada de sangre; luego, fué colocada, en el bolsillo, después de cometido el crimen.
Marcial encendió un puro y continuó: