capitanes mismos, a veces, abandonando a las muchachas, y jugaban el cierre del cañón...
Tal galantería acabó por transcender a todos, incluso a las muchachas; y Cristina, más que ninguna, procuraba estar junto a Ricardo cuando pasaban de un taller a otro taller. Únicamente Ladi, por hallarse a la vista de sus padres, seguía siempre su charla con dos guapos capitanes de la fábrica, que se le habían constituido desde luego en caballeros. En vano el novio buscaba siquiera entre los grupos la calidad de una mirada.
Visita a escape, cual siempre estas visitas, en que se enteran de las cosas los prohombres. Eran las doce, debía comerse a la una y volverse al tren a las tres. Al menos, para el escaso tiempo había dispuesto bien el coronel director cada una de las operaciones fundamentales en la construcción de un cañón de treinta y medio. Se sangraron los hornos en la fundición, dispuesto al centro el gran pozo de veinte metros, donde esperaban los moldes; corrieron seis arroyos de hierro hecho llama. Volvieron a ver saltando del líquido y ardiente metal las mismas madejas y fulguraciones de estrellas crepitando por el aire que antes, en las lingoteras del horno Siemens, cuya potencia de fuego y de luz en su interior de infierno sólo se dejaba mirar con marcos de cristal ahumado, y que proyectaba, además, sobre la pared de los edificios de enfrente, donde daba el sol, y en cuanto se abría la compuerta, un reflejo