la dominaría y la deslumbraría... Sonó discreta una ventana.
¡¡Ella!!
Fué de un salto. Era la última reja, en la aún más oscura calle transversal. Dos manos se estrecharon. Sonaron hesos en las manos y en las bocas. Un poco alta la ventana, sobre otra de sótano, Ladi tenía que doblarse mucho, sentada en la poyata, para besar, para charlar..., en aquella charla de cien cosas cortadas que entablaron en seguida... «No, no le había visto en el teatro...» «Pues, sí, allá atrás, última fila, lo único que había...; el coger la carta tarde le impidió verla en el paseo, y a la salida no quiso aguardar en donde pudiera la familia verle...»
— ¡Ah, daba igual!... ¿Qué me importa? ¡Te quiero loca, Ricardo, y más... por ellos! ¡No soy yo para que me lleven la contraria!
— Oye, dime, Ladi..., ¿y si se obstinan?
— ¡Peor! ¡Te juro que peor!
— ¡Oh!... ¿Serías capaz por mí...?
— De todo.
Ricardo la estrechó, tornando a besar aquella boca divina entre los hierros. El beso fué largo, mortal.
— ¡No sabes tú bien de lo que soy yo capaz si me fastidian! ¡Más que tú! — dijo ella al soltarse.
— ¿Más que yo?... ¿Por ti?... ¡Oh, no! ¡Eso no, mi Eladia!...
Y Ricardo, ya de más olvidado de clases, de