aplaudir con entusiasmo, con cariño, cual si estuviera presenciando el azar que hiciese a Ricardo entrar en la familia...
Y tras este aplauso, tras otro corto silencio más intenso que siguió, un frenético «¡bien!» saltó imponente... y el palmoteo general se convirtió en tempestad cerrada de bravos, de aclamaciones.
Ladi volvió de su ensimismamiento.
El telón caía.
«¡Bravo! ¡Bravo!», se oía gritar con furias secas; y entre las voces trémulas que llamaban al autor y el nutrido resonar de las palmadas, que le daban al teatro una apariencia extraña de manos que movían por todas partes, pudo ver Ladi que desde la triple guirnalda de palcos y plateas se le asestaban todos los gemelos y también los del joven duque... en una especie de inmensa corona de gloria por la gloria de su novio...
Roja de emoción, ahogándose en el ruido del aplaudir frenético, resonante en su oído como una granizada de perlas, con la nariz por la delicia dilatada en su cara ideal de caprichosa, sintió un vacío en las sienes cuando, bajo el telón a medio levantar, apareció un cómico y le arrojó al palco (¡a ella, a manera de solemnísimo homenaje!) el nombre de Ricardo..., -lo cual arreció la tormenta de entusiasmo con un griterío