— ¿Lloras porque no viene la señorita? — le increpó parándose en burlesca admiración.
— ¿Qué señorita?
— ¡Toma! ¡Qué señorita! ¡La señorita Petra! Tu hermana. Me mandan que la llame así. ¿No has visto que le preparan trajes largos?... ¡Tú eres tonto!
— ¡Mejor!
— No puede venir, porque está escribiendo una carta a... una carta para... Esto no me lo dijo ella, pero yo lo sé... Porque está escribiendo una carta... ¡una carta en papel de flores!
Se sentó al borde del canapé, a fin de vaciar los cromos en el asiento.
— Vaya, ¿a que no sabes a quién le escribe? ¿No lo sabes?... ¡Tú eres tonto, hombre!
— ¡Mejor! — gritó de nuevo Rodrigo, cerrando los párpados por deshacer las lágrimas.
— ¿Crees que una señorita de quince años va a pasar su vida jugando a las muñecas? Tendrás que jugar solo. Y di, vamos a ver, ¿a que no sabes tampoco por qué este invierno te sacaron la cama del cuarto? ¿Por qué quitaron de la habitación de Petra tu cama? ¿No dormíais juntos?
— ¡Pero han dicho que porque estuve malo y volverán a llevarme!
— ¡Bah, no sabes nada, chiquillo! ¡Si tú mirases!... Y te da miedo por las noches, y tu ama vieja te dice cuentos al dormirte, y te dará el pecho todavía. ¡Pobre niño chiquitín! — exclamó