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II


Sin embargo, le había visto escapar tan decidido que, temiendo que el simplote fuera a contarlo, resolvió observar por allí dentro. Cogió su blusa en la cocina y se abrochó. Se anudó el cabello.

En el recibimiento no halló a nadie, ni en la sala. Todo estaba a oscuras y silencioso y cerrado el cuarto de doña Luz... Cuando se retiraba la llamó Petra, entreabriendo la puerta del tocador. Volvió «la señorita» a cerrar. La mandó sentarse. «Concluía.»

También se sentó Petra a escribir, doblada afanosamente en la mesita llena de pliegos rotos, con los pies cruzados a un lado de la silla, descubriendo al borde de la falda los tobillos y los zapatos finos como guantes. La hermosa trenza de azul de acero, en fuerza de ser negra, caíale por la espalda sobre el matine de medio luto.

Cerró la carta en un sobre y fué hacia la doncella, tímida, dulce, encendida por adorable rubor.