Página:Cuentos ingenuos.djvu/320

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XIII


Todo el circo se removía. Los pasillos se llenaban de gente. Petra volvía a mirar en derredor a su novio, que parecía reconvenirla desde lejos por el olvido de diez minutos; a sus amigas, que reían y charlaban por los palcos; a los jóvenes, que la contemplaban. Al lado allá de la pista descubrió al ayudante del general con otros señores. Un caballero viejo y de color de pimienta la faz, entre las mechas de canas, quería comérsela con los ojos... Todo esto la obligó a entrar nuevamente en la realidad. Adoptó su aire indiferente y grave. No, no iban allí las jóvenes bonitas a ver ni admirar ninguna cosa, según acababa de repetirle Josefina, sino a convencerse de que eran lindas y demostrarlo, a ocuparse de los otros, a estudiar el modo de conseguir mayores admiraciones para fingir desdeñarlas... La magia que producen siempre los espectáculos en que el juego del arte se une al juego solemne con la vida la abandonó bien pronto, igual que se le borraba el misticismo de las oraciones cuando iba a la iglesia con Aurora, que la distraía.