Tornaba Rodrigo a mirar la diosa desnuda del escenario los dorados, las luces, los labios de Josefina..., la diosa otra vez..., las sonrisas de su hermana a no sabía quién..., y entre tanto la madre los observaba a ambos, o, mejor dicho, hacía en ellos reposar sus ojos de caricia, contenta porque se le antojaba estar más con los dos cuando no estaba la aturdida y absorbente Aurora, útil, a pesar de todo, según decían, para ir habituando a Petra a la sociedad.
En el palco entraron el teniente coronel y su hija. Visita de entreacto. Por el lado de las sillas se acercó a saludar Pedro Lujan. Las conversaciones se empeñaron pronto: de secretillo, entre Petra y su amiga, y general, para los demás. Pero estaba triste, más nerviosa, la mujer del diputado, que se irritaba al ver de pie al notario, encañonándola con sus gemelos monstruosos. En un rato que doña Angeles dialogó con el artillero, se acercó a Rodrigo y conversó con él acerca de si le iba gustando el circo.