como médico. Como amigo, y reflejando sin duda la que será opinión general dentro de poco, piensa que nos puede convenir marcharnos de este pueblo para siempre. Le parece bien Niza, Italia..., el extranjero. A mí, absolutamente todo ello me parece mal. Le he propuesto el aborto, y, moral y técnicamente, lo rechaza. Pienso que harían lo mismo cuantos honrados doctores consultásemos, y son ellos, en suma, los únicos que podrían librar a mi deseo, a tu deseo quizá, formalmente peligroso, además, para nuestra hija, de la crueldad de haber querido corregir con un crimen otro crimen. Pero como nuestra ausencia de aquí con cualquier motivo habría de ser ocasionada a hacer pensar que hubiéramos logrado por malos medios lo que por los correctos y legales se nos niega; como nuestro definitivo traslado haría creer, y más cuanto más lo efectuásemos a lejanas tierras, que nos guiaba el pensamiento de buscarle un honorable marido a Margot, ocultando su desgracia..., aquí nos quedaremos, aquí nacerá el ser infortunado y él será, carne, por mitad, al fin, de nuestra carne, el que sea llevado inmediatamente al extranjero..., a una pensión, a un colegio, en donde, sí, lejos de nosotros y hasta de saber jamás siquiera que existimos, crezca y lo eduquen y puedan lanzarlo a la vida libre de económicas miserias. ¡Supongo, Mary mía, que tú apruebas este plan!
La noble dama, que tenía blancas platas en el