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VIII


La noticia había corrido alzando asombros.

Tiene un límite la alegría del ajeno mal, aunque se arraigue entre humildes, como un público y grato y magnánimo derecho a las feroces compasiones por los fuertes, y, al principio, todo el mundo conceptuó excesiva la desgracia que ya marcábale aquel siniestro embarazo a la familia respetable. Ni los más proféticamente lúgubres, al comentar la situación y el porvenir de la pobre deshonrada, habían previsto la espantosa contingencia. Tratárase de lo mismo con un novio, y se habría supuesto desde luego; tratárase aún de un atropello por un criado, y también; lo que no podía sospecharse, cual no lo sospecharon tampoco Rivadalta y el doctor, era que la Naturaleza fuese a ser tan bestial, tan estúpidamente indiferente a las antítesis sociales, que dejara formarse un sér en una virgen aterrada bajo el crimen de un bandido.

La animación del Casino llegó al colmo. En los primeros días se pensó de un modo unánime que