por el beso a un novio o porque ferozmente las violase un asesino!... ¡El beso, además — de la que no se los daba a los de aquí —, a un forastero... a un hombre listo quizá, que sabe Dios cuánto rogaría para lograrlo y que ni aun podría perjudicarla, si falta fuese, blasonando el agraciado de ello a cien leguas de distancia...
Athenógenes menudeó la necesidad de ir desde el Casino hasta la fonda y viceversa. Emeria le sonreía, le sonreía... y le esperaba siempre im un balcón... Y tanto a ella obedecía esta movilidad del juez como a su asco de oír barbarizar, acerca de Margot, en la célebre tertulia del Casino.
Cada día once resurgía Margot en actualidad con motivo de llevarle todos la cuenta de los meses de embarazo. Entraba en el octavo. Se bromeaba de esto. Convertida la piedad en bruto escarnio, hubo quien puso en duda que una mujer impasible pueda quedarse embarazada. Y desmayada, menos. Se recordó que el Trianero era buen mozo, y se recordó que les había gustado en retrato a las muchachas, Margot inclusive! ¡Oh, Margot, Margot, quién hubiera de decirlo!... ¿no podría ser que, ya sin otro remedio que sufrirle aquella noche, el susto se le hubiese trocado en alegría por un momento? ¡Ah, Margot, Margot! — tuvo también que lamentar su ex novio saliendo por librarse de tanta estupidez... Y esta tarde, justamente, junto a la esquina de Emeria, se encontró a Segundo, que le esperaba y quería hablarle.