Obscurecía lentamente, montes y pinos destacábanse recortados en el horizonte empalidecido. La noche empezaba a encender las estrellas de su cortejo.
Job cavilaba, embebecido ante el cardo. Dura complicación albergaba en su opaco cacúmen.
La cisterna quedaba lejos; ¿de qué medios se valdría para hacer la comparación entre el color de la flor y del agua, si no le era posible aproximarlas?
Nervioso husmeaba aquí y allá yerbas que no comía; su cola iba en desordenados giros sacudiendo las hojas vecinas. ¿Cómo haría él para librarse de esta curiosidad que le complicaba?
En movimientos de interrogación se le ocurrió levantar por primera vez su cabeza hacia los espacios.
Job quedó suspenso. ¡Milagro de los milagros! la bóveda era, azul y estaba toda, toda florecida de cardos.