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Página:Cuentos para los hombres que son todavía niños.djvu/84

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"Así es, —dijo ella, inclinando la frente.— No puedo explicarte, hijo mío; es demasiado doloroso, pero es así".

—Díme, te lo suplico ¿quién eres, misteriosa señora, que tan afable acogida me has hecho? ¿Por qué vives tan sola y retirada con tu hermana?

"Ella y yo estamos desterrados desde hace veinte siglos. Cuando se consumó la tragedia del Gólgota, escarnecidas por los hombres, huímos de esa inhospitalaria tierra".

"Pero —agregó, reprimiéndose,— no seas curioso, hijo mío. Harto has penado purgando tus vanidades, no quiero que sufras por las miserias de los que aún vagan engañados en el mundo".

—Gentil señora; dulce amiga, te estoy agradecido. Quiero saber a quién debo la paz.

"Sea como gustes, díjome severamente triste. Y plegando los labios en una sonrisa que di-