en presencia de los que casi eran sus feligreses. Lo que más le molestaba era el recuerdo de los motivos que le impulsaron á tal abuso.
Estaba perdido. Ahora que se aclaraba su inteligencia, aunque sus sentidos parecían embotados, horrorizábase ante el peligro y protestaba contra la pasión que pretendía hacer presa en su carne virgen. ¡Qué vergüenza! Salido apenas del Seminario, sin contacto alguno con esa atmósfera corruptora de las grandes ciudades, viviendo en el ambiente tranquilo y virtuoso de los campos, y próximo, sin embargo, á caer en los más repugnantes pecados. No; él resistiría á las seducciones del Malo; acallaría el espíritu tentador que para mortificante prueba se había rebelado dentro de él: afortunadamente, la torpe embriaguez con su sueño le había devuelto la calma.
Oyéronse á lo lejos campanas que daban horas. Eran las tres... ¡Cuánto había dormido! Por esto se sentía ya sin sueño, dispuesto á emprender la tarea diaria.
Desde aquella ventana, abierta en las espaldas de la modesta casita, veíase la inmensa vega, que á la difusa luz de las estrellas marcaba sus masas de verdura y las moles de sus innumerables viviendas. La calma era absoluta. No soplaba ya el