Marieta le dominaba, le hacía pasar embobado las mañanas en aquella casa, obedeciéndola servilmente como allá en la barraca cuando era una chicuela llorona y rabiosilla.
Y transcurrió el tiempo, estrechándose cada vez más entre los dos hermanos aquel lazo de cariño creado en los albores de su vida por la existencia casi silvestre.
Nelet se hacía hombre. A los quince años era ya una vergüenza que entrase por las mañanas en la ciudad con su espuerta, como un chiquillo. Trabajaba los campos en arriendo, mientras el padre andaba por los caminos, y para recoger basura en Valencia contaba con el auxilio de un jaco viejo que el carretero había traspasado á su hijo como desecho.
El pobre animal, cabizbajo como un misántropo, con el flaco lomo martirizado por los serones llenos, pasaba las horas frente á la casa del escribano, mirando con sus ojos vidriosos y empañados á la vieja portera, que hacía media, mientras su joven amo andaba por arriba regañando amistosamente con la churra ó siguiendo como un siervo á la señorita.
Era ya todo un hombre, cortés y rumboso con las personas de su aprecio. Bien le pagaba á la criada los antiguos guisotes