CUENTOS Y CRÓNICAS
Y nada es más suavemente impresionante,
en la frescura de la mañana o en la melanco-
lía de la tarde. Acaba uno de leer los diarios,
de ver la obra del mal, del odio, la lucha de
las pasiones, el hervor de los vicios. Larga
lista de crímenes, de escándalos, de injusti-
cias. Los asesinatos, las infamias, las intri-
gas, todo el endemoniado producto de una
inmensa ciudad de tres millones de habitan-
tes. Va uno por los bulevares, y ve pintada
en la mayor parte de los rostros con que se
encuentra, la codicia, la ferocidad, la vani-
dad y la lujuria; habla uno con prójimos, con
conocidos, llenos de hieles, de ponzoñas, de
vitriolos; encuentra uno más allá, astucias,
intrigas, rebajamientos, prostituciones, la
caza al sou, la caza al franco, la caza al luis,
al billete, al cheque, los aires de neurosis
que soplan sobre las terrazas; los asesinos
elegantes; los espadachines cobardes; los
ambiciosos; los ratés; la vergüenza de abajo;
los crímenes de arriba; Sodoma por una par-
te y Lesbos por otra; lo artificial entroniza-
do; las podredumbres .cotidianas; la farsa
continua, la negación de Dios. Y hay aquí
estas gentes que vienen a dar de comer a los
pajaritos...
Sí, porque París tiene un vasto cuerpo; es95