RUBÉN DARÍO
un vasto cuerpo como el cielo de Sweden-
borg, o el universo de Campanella. Tiene un
organismo propio, semejante a los astros de
Bruno, animali intellettuali: tiene una cabeza,
unos brazos, un corazón, un vientre y un
sexo; tiene sus grandes pensamientos, sus
grandes sentimientos, y sus buenas y malas
acciones, y sus bellos gestos y la banda gris
del Sena que refleja los diamantes celestes.
Por el barrio en que habité está el cere-
bro, está la cabeza. Por algo, en el argot
parisiense, Sorbonne quiere decir cabeza.
Allí está el órgano pensante, la juventud de
las escuelas, las grises piedras que vieron
pasar a Abelardo, el hogar de la enseñanza.
Unos cuantos meditativos viejos, en sus en-
cierros silenciosos, compulsan los conoci-
mientos del pasado, trabajan en la ciencia
del presente, piensan en el porvenir; un ejér-
cito de jóvenes se prepara a la obra de los
maestros. Es el Colegio de Francia, es el Ins-
tituto, la Escuela de Medicina, todas las es-
cuelas y laboratorios y en donde se forman
y se desarrollan los sabios, y aprenden a
concretar sus sueños los artistas. Es el Pan-
teón, son los museos.
Las cátedras de ese centro están en acti-
vidad. Profesores y alumnos siguen por ei96