Página:Cuentos y cronicas.djvu/150

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RUBÉN DARÍO


paseo público, junto a una estación de ferro- carril o en las giradas de un edificio. La miseria es tan antigua como el hom- bre. En el cielo fabuloso de la Grecia se co- nocía ya la mendicidad. Aro o Areo fué un pordiosero del país de Itaca. El zaparrastro- so pretendió nada menos que casarse con Pe- nélope, y Ulises, su noble rival, se deshizo de él de un puñetazo. Las manifestaciones de la miseria son las que han cambiado con los tiempos y las cos- tumbres. El gueux de la Francia de hoy no es el mismo de la época de Villón. Especiales cau- sas políticas y sociales engendraron aque- llos vendangeurs de cosíé, aquellos temibles mendigos y rateros que adoptaron por pa- trono, cosa curiosa en verdad, al rey David: «David, le roy, seige prophéte». Víctor Hugo ha reconstruido, en su admi- rable Notre Dame, la célebre Corte de los Milagros. Villón, en sus Testamentos^ ha de- jado una pintura vivísima de la canalla de su tiempo. El frecuentó los más ocultos rinco- nes de la miseria, y, como dice J. de Mar- thold: «II sait le nom de tous les malan- drins, orphelins, et claque-patins, celui de toutes les filies et de tous les mauvais lieux;138