RUBÉN DARÍO
nes, que vivía en el centro de Alemania, no
se asienta sobre tal hecho. Dice que en el año
114 de nuestra era, simulacros de navios se
vieron entre las nubes. San Agobardo, obis-
po de Lyon, está más informado. Él sabe a
maravilla a qué región fantástica se dirigen
esas ligeras naves. Van al país de Magonia,
y sólo por reserva el santo prelado no dice
su itinerario. Esos barcos iban dirigidos por
los hechiceros llamados íempestaríi. Mucho
más podría referirle, pero vamos o lo princi-
pal. Mi antecesor llegó a descubrir que el
cielo y toda la atmósfera que nos envuelve
están siempre llenos de esas visiones miste-
riosas, y con ayuda de un su amigo alquimista
llegó a fabricar un elixir que permite percibir
de ordinario lo que únicamente por excepción
se presenta a la mirada de los hombres. Yo
he encontrado ese secreto, concluyó Wol-
fhart, y aquí, agregó sonriendo, tiene usted
el milagro en estas pastillas comprimidas.
¿Un poquito más de whisky?
No había duda de que el alemán era hom-
bre de buen humor y aficionado, no solamen-
te al alcohol inglés, sino a todos los paraísos
artificiales. Así, me parecía ver en la caja
de pastillas que me mostraba, algún com-
puesto de opio o de cáñamo indiano.