CUENTOS Y CRÓNICAS
canto grave que había en su recinto de pro-
digio. Y a través de velos de ahumado oro
refulgía tristemente en lo alto la cabeza de
la luna. Después me sentí como en una cer-
teza de poema y de libro santo, y, como por
un motivo incoherente, resonaban en la caja
de mi cerebro las palabras: «¡Ultima horaí
íTrípoli! ¡La toma de Pekín!» leídas en los
diarios del día, Conforme con mis anhelos de
lo divino, experimentando una inexpresable
angustia, pensé: «jOh, Dios! ¡Oh, Señor! ¡Pa-
dre nuestro...!»
Volví la vista y vi a un lado, en una clari-
dad dulce y dorada, una forma de [lira, y so-
bre la Hra una cabeza igual a la del Orfeo de
Gustave Moreau, del Luxemburgo. La faz
expresaba pesadumbre, y alrededor había
como un movimiento de seres, de los que
se llaman animados porque almas se mani-
fiestan por el movimiento, y de los que se lla-
man inanimados porque su movimiento es
íntimo y latente. Y oí que decía, según me
ayuda mi recuerdo, aquella cabeza: «¡Ven-
drá, vendrá el día de la concordia, y la lira se-
rá entonces consagrada en la pacificación!»
Y cerca de la cabeza de Orfeo vi una rosa
milagrosa, y una hierba marina, y que iba
avanzando hacia ellas una tortuga de oro.35