RUBÉN DARÍO
Pero oí un gran grito al otro lado. Y el
grito, como el de un coro, de muchas voces.
Y a la luz que os he dicho, vi que quien gri-
taba era un árbol, uno de los árboles copo-
sos, lleno de cabezas por frutos, y pensé que
era el árbol de que habla el libro sagrado de
los musulmanes. Oí palabras en loor de la
grandeza y omnipotencia de Alá. Y bajo el
árbol había sangre.
Haciendo un esfuerzo, quise ya no avan-
zar, sino retroceder a la salida del jardín, y
vi que por todas partes salían murmullos,
voces, palabras de innumerables cabezas que
se destacaban en la sombra como aureola-
das, o que surgían entre los troncos de los
árboles. Como acontece en los instantes do-
lorosos de algunas pesadillas, pensé que
todo lo que me pasaba era un sueño, para
disminuir un tanto mi pavor. Y en tanto, pude
reconocer una temerosa y abominable cabeza
asida por la mano blanca de un héroe, asida
de su movible e infernal toisón de serpientes:
la tantas veces maldecida cabeza de Medu-
sa. Y de un brazo, como de carne de oro de
mujer, pendía otra cabeza, una cabeza con
barba ensortijada y oscura, y era la cabeza
del guerrero Holofernes. Y la cabeza de
Juan el Bautista; y luego, como viva, de una36