RUBÉN DARÍO
su mano derecha, detenida en un gesto hie-
rático, bendice al mundo. Así va, seguido de
gran muchedumbre, sobre las alfombras po-
licromas y olorosas, bajo las arcadas de
banderolas. Pendientes de los arcos, veis cu-
riosas cosas: frutas doradas, cestos de flo-
res, pelicanos con el pecho herido, garzas
reales, águilas y palomas, monstruosos cai-
manes, inauditas tarascas, serpientes y qui-
meras.
El olor de la tierra húmeda únese a la ex-
halación perfumada de las enormes flores de
palmera, gruesos chorros de oro impregna-
do de ñno óleo aromoso, y cuyos granos son,
para los naturales, a manera de primitivos
confetti. I Palmas! Por todas partes veréis la
inclinación gallarda de los ramos sonoros y
frescos, imprimiendo al conjunto extraño,
como un concepto de belleza antigua y pere-
grina. Palmas llevan los viejos; mujeres y ni-
ños hay coronados de palma. Y la procesión
va por la calle mayor, la calle Real, con una
solemnidad llena de gozos y fragancias. Y
he allí que al llegar a un punto dado, bajo el
más bello arco de colores, hay una hermosa
granada de plata que deja entrever granos
de oro. Y cuando el palio pasa debajo de
ella, y el Señor del Triunfo se detiene un82