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Página:Débora.djvu/54

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Y cada vez eran sus piernas más ágiles. La puerta la cerró de golpe, con el último temblor, ya librado de los cuernos del diablo o de las costillas blancas del muerto.

Pero después se piensa: "Bueno, ¿y yo por qué tengo miedo?" Claro que por nada, que se sepa. Sólo que su evidencia vapuleó los muslos de manera inmisericorde y nos queda la violenta contradicción cardíaca para erizarnos todavía los pelos.

Dentro parece que terminó el peligro. Sale la casaca con mucho sosiego. ¿De dónde sale la casaca? ¡Oh!

Y como la cama estaba deshecha y las sábanas estarían frías y no había allí a quien decirle:

—Hola, ¿qué es de esa vida? ¿Cómo se ha pasado el día?
y darle un beso y obtener una que otra caricia, el Teniente, que era esencialmente familiar y casamentero, empezó a dar suspiros: Caramba, si hubiera allí una mujercita.

Bueno, después de todo, en resumen, se ha hablado de la espera de la mujer. No tendrá nunca la mujer única, que conviene a nuestros intereses, que existe y que no sabemos dónde está.

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