Página:DAlmeida Ciudad del Vicio.djvu/102

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do a los frutos como hijos queridos. El había plen- tado el buer: árbol, hacía diez años, un día de hura- cán, estando la mujer de parto. ¡Tan grandes y ro- jos'... Las trincaba una por una, mascando lángui- damente, guiñando el ojo... ¡De primera, mi amigo! Escupía los huesos con orgullo, saboreando su fruta, que había venido de su huerto, cogida por su rapaz y traída por su mujer... En aquella embriaguez se habia olvidado del pie de media donde venía el di- nero... Extendió la mano para la cama, maquinal- mente, rebuscando... ¡El pie de medial ¡El pie de media! Y no dando con él, se podía en pie, pero no lo veía; el rico pie de media de las economías... In- clinóse entonces con esfuerzo a ver debajo de ia cama y a los lados de la banqueta, en “los dobleces de la sábana, en todas partes... ¡nadal Sus ojos erra- ban a un lado y a otro, expresando ahora un pas- mo aflictivo y el aire ahogado de quien quiere gri- tar y no puede... Dijo al mozuelo:

—¿Usted vió por aquí el pie de media de la com- pañera?...

El otro dijo que no.con la cabeza. ¿No Jo había visto?... ¿Qué era?... ¡El pie de media de la compañe- ral... Por su lado el viejo reflexionaba, mirando en derredor... ¡Nadie podía habérselo hurtado así, por vida suyal... Entre la cama del navajeado y las de- más había mucho espacio; a la derecha cra la ventana, a la izquierda el rincón... ¡Y el amigo de las navajadas-no se había movido!l... ¡Diablo!... Sor- prendido el mozuelo le miraba frente a frente, en espera, sin comprender nada.

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