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FIALHO D”ATLMEIDA

llo; eran los mozos que volvían a los cuartos, gente que pisaba rudamente en las losas, y otros llevando en angarillas cubiertas de negro, calientes aún, al depósito, a los miserables que acababan de expirar en las enfermerías... Entonces comenzaba otra noche eterna, sin guarida, bajo la calma demsa del ámbito que la luz baja de las lámparas henchía de oscilacio- nes mortecinas, que dulcemente, en franjas vagas, veníanse a quebrar en la sombra trémula de los ocho pilares de la bóveda...

Aquí y aliá, dos o tres soñaban con la vida ¡ibre de sus oficios, en las calles, en los campos, en las fá- bricas y en el hogar, reconstruyendo las escenas co- tidianas: diálogos de taller, los pequeños disgustos de la familia; y de allí hacia arriba, emergía un fer- vor aflictivo, subiendo, bajando, intercalado de ja- deos profundos, de suspiros ahogados, espasmos de asfixia momentánea, cansancios, impaciencias, ra- bias; después habia la serie de los que no podían dormir y a todos los lados se agitaban en un abra- sarse de sed, echando los brazos fuera, pidiendo agua, en una irritabilidad de sentidos que los ponía ner- viosos al menor ruído, al roce más débil, al leve on- dular de una luz... Y las respiraciones fuadidas con esos movimientos desordenados, daban un concierto informe, algo como hervores de cráter en actividad, respiraciones que en espiral huían del rumor general para morir en silbido, en una especie de soplo apa- gado, a veces hasta en un ronquido...

—¡Carne fresca para esta noche:... ¡CUarne para es- ta nochel... ¡Que los granujas están riéndose!...

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