LACIUDAD DEL VICIO
ojos fijos, carcomido, atroz, oliendo a raposo y a matorral... ¡Y no se iba la mano de acero que le es- trangulaba la garganta!...
Transparente de extraordinaria delgadez, el larva- do, diríase movido por una idea fija, buscando aquí y allí, palpándolo todo sin ruido... Cada vez que sus manos tocaban la carne del rapazuelo, sentía él una frialdad de reptil, la piel escamosa y áspera, gue al contacto daba irritaciones doloridas... Cada articula- ción le formulaba una masa redonda y enorme en la línea torcida de los miembros...
Era todo anguloso y torcido, inutilizado por una degeneración reflejadaen los más sencillos pormeno- res orgánicos; desde los músculos que apenas abul- taban, comidos de caquexia, hasta las falanges de los dedos, filiformes, temblonas, con aire úe gusanós...
Al fin y al cabo, aquel estado sufrió una crisis por la condensación de una gran fierza nerviosa; y el pe- queño dió un berridoáspero y brusco, muy corto, pe- ro al ¡evantarse sintió lu garganta oprimida por la pre- sión de unos dedos crispados. La araña habíale caído de lleno sobre el pecho, se le había aferrado a la gar- ganta,con las pupilas inyectadas y escurriéndose ca- llada, por encima de él, enderezada toda en su magru- ra funambulesca... El pequeñorevolvíaseen vano; pe" ru tenía los brazos libres y dábale puñetazos enel ho- cico, puntapiés bajo las ropas, y hurtaba el cuerpo a cada empuje de la pelea. Lucharon así dos segundos en un silencio lúgubre en que los alientos silbaban; y el espectro mordía las manos del mozuelo, empu- jándole sobre la cama, furioso, intentando arrancarle
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