FIALHO D'ALMEJTIDA
su corazón vertía sincero dolor. Lo que le daba más lástima era que mendigaban a pie las pobres criatu- TAS...
Y una vez, en la catedral, cuando una vieja cayó ante él de rodillas pidiendo limosna, el monarca que- dó muy admirado de que la pobre no llevase guantes...
Mandaba dar a quien venía restos de su panta- gruélica comida, cien cubiertos para la camarilla, va- jilla de oro cincelada, y cuarenta platos en el menú, intactos en su mayor parte, y por las puertas trase- ras vendidis después a los ricos hoteles de la ciu- «dad... De donde procedía que los pedigúeños reci- bían en servicios de Sajonia sólo esqueletos de aves y peces, envueltos en rodajas de limón y cáscaras de fruta. ¡Y exquisito a la mesa, el buen monarcal... ¡Un fastidio!... Para estimularle el apetito, conde- corados y eruditos cocineros se agotaban ofrecién- dole pastelerías de relleno fantástico, salsas nunca soñadas, preparaciones de especiería cara; lo que venía a costar ríos de contribuciones... El rey ape- nas tocaba en un plato o en otro. En cuanto a be- ber, muchas veces le sucedió levantarse de la mesa «on los ojillos alegres, entonando cosas desvergon- zadas de cierto naipe, dando pellizcos secretos en las carnes de las damas de honor, con su hilillo de baba, muy pillín, en el labio... De él decía el Mar- qués Fulgencio, entonces paternalmente:
— ¡Corazón de oro, un tanto bebedorcilio]... .
Martirizados de miseria, como iban creciendo vertiginosamente el hambre y el malestar en los ba-
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