FIALHOD”ATLMEJILDA
gro vulgarizado en las comidas pobres, que, por los decires de la petición, solía amasarse con sudores de trabajo, amarguras de la indigencia (¡qué vida, Je- sús, qué vida!) y otras dosis más de líquidos huma- nos, de secreción dolorosa al parecer. «Ese pan, ne- gro y duro, excelso señor y rey —decía el requeri- miento—es el de los que sufren y trabajan en pro de la industria y de la agricultura patrias, es el pan del pueblo, el pan de la fábrica, el pan de la pobreza... Rudas faenas logran ganarlo; sudor de muestras frentes lo amasa; pero alimentando el cuerpo, llena la conciencia al mismo tiempo de una santísima paz inviolable... A la noche, bajo los techos de las bohar- dillas, cuando la lluvia...»
Así se deslizaba el panegírico de la borona, es- currido de la pluma enloquecida, lustroso, resfregado de nuevo, tocando los platillos y con porta-hachones al frente; y en carrozas de estilo pasaban después alegorías de instituto, con diademas a lo fadista .y vientres destripados de crines, retórica que más de tres siglos hacía figuraba ya en cortejos de igual pompa, elogios de sabios muertos por ejemplo, in. troitos de informes sobre los arrozales, programas de: partido político, encabezamientos de testamento y no sé qué homilías de Cuaresma. «¡Oh, pero ese pan nos viene transfigurado cuando es legítimamen- te ganado y manjar alguno de príncipe, por delica- do quese antoje, podrá igualarle en saludable in- fhiencia y excederle en exquisito sabor...» Precisa- mente este trozo comprometió la buena suerte de la solicitud por dejar meditabundo a nuestro rey Me-
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