LA CIUDAD DEL VICIO
nelao. ¿Con qué exquisito y magnífico de sabor, eh? Y así cavilaba él bajo los baldoquines de su trono, metiendo los dedos de los pies en holgadas babu- chas de cañamazo.
—Los cocineros del palacio van agotando sus ar- 'senales de recetas sin que hasta hoy les haya podido manifestar por sus méritos mi real satisfacción... ¡Ahora que estos funcionarios nunca han de hacer angulas a mi gustol... Y yo que siento positivamente un flaco por estas vasallas de caldereta... ¡Oh, los cocineros! ¡CondecorarJos fué perderlos!... Desde que brilla en el pecho del jefe la encorrienda de los zotilos verdes, va la corte notando decadencia en los Jfricasses; y por mi Santa Patrona que era un pedazo de mijo aquel trozo de gallina que ayer nos sirvie- ron en la comida de gala... También es verdad (aña- dió bruscamente metiendo las manos consteladas de anillos por los agujeros del manto) ¿cómo han de in- terpretar gentes groseras el paladar de un prínci- pe?... Vienen todas de muy abajo para hacer un ar- te—y concluyó despacito—de comer... El que más sirve a mi satisfacción aún así es el cocinero de ja hacienda... Pero me hace almorzar contribuciones en sangre, casi crudas, de forma que para comerlas me molesto mucho en quitarles de encima las pieles de contribuyentes, que siempre vienen agarradas con la violencia del embargo... El caso es que me es- tropean el estómago y voy estando obeso y blanco como una abadesa.., De concejales y tenderos ro- tundos podrán decir los maldicientes que me traen en la barriga; pero sobre esta panza esferoide ¿qué
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