LA CIUDAD DEL VICIO
este zumo dá alas a la lengua, principalmente sien- do por cuenta del labrador; más acordáos que los Secretos de Estado deben ser inviolables...
Pero el rey permaneció aún inflexible, hasta im- paciente y disgustado por ver que no le seguían en el único sistema de restaurar el amor de su pueblo y proporcionar completas pruebas de cuanto él se- ría capaz de sacrificarse por la felicidad de los súb- ditos...
Todos los medios de persuasión ya agotados, el Ministerio de los ancianos venerables, que siempre se encaprichara en imponersucredo de rutina, secu- lar y bárbaro, a las pasividades deprimentes de la corona, juzgó digno pedir la dimisión; el Marqués Fulgencio, que había ido a un rincón a refregar los párpados arrugados de cínico, con cebolla, volvió ¡llorando ante los borceguíes del primo, pidiendo mo- rir allí antes que transigir; y como urgía un profundo golpe político, fué llamado el partido nuevo y bro- taron las.reformas, comenzando por los tres días de fiesta y reconciliación general, conforme el progra- ma trazado...
Apenas publicado este programa, violentas sobre- excitaciones 'tetanizaron la ciudad; nadie quería creerlo; el comercio tuvo miedo, se pusieron de lu- to los nobles, y el resto reía en farándula y comilo- na descomunal. En vano las clases altas mandaron diputaciones, en contraste con los caprichos del mo- narca, haciéndole sentir los peligros que había en una popularidad jugada de tal forma...
—Mi primo y soberano, las tradiciones de nues-
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