LA CIUDAD DEL vIiCI1O0
mo bandadas de vovillos descuidados... Cuando se pone el astro, galvanoplastizando en el poniente cla= ridades de fragua titanesca, y comienza a correr por debajo de los árboles una brisa refrigerante, las mu- Chachas pónense los cántaros en la cabeza, y ergui- das, trigueñas, con los ojos magníficos, la mane en la cadera, marchan por grupos, cantando, a la fuente, con regularidades, casi arquitectónicas de figura... Van adormeciéndose los campos; algún perro de
alquería dá ladrid.:s; la aldea se ha recogido a
los hogares; y se f.rma una asamblea general en torno de la fuemte, para saber cómo le fué a cada uno en la cosecha, si fulana se casa y si el burro del commnadre- va mejor... Los rapaces, estirados y altos, figura seca y músculos de ace- ro, bellos adolescentes como Yalouleds argelinos, que tienen un aire tranquilo de estatuas, sacan agua para los cántaros de las hermanas y de las primas, cantando bajo los fresnos que agitan con aire bené- volo sus cabelleras «de follaje... Los ganados se apiñan cabrioleando con sei junto al brocal del bebedero, haciendo elegías cun balidos, para expresar poética- mente sus saudades del sol... El Angelus... (1) Oscu- rece... Por debajo de los parrales sin hojas, unas aho- ra, Otras después, se ven pasar las mozas en siluetas, equilibrando cantos Árabes con ondulaciones en las ancas, y como llevadas en un soplo...
—¡Hasta mañana! ¡Hasta mañanal...
—¿Cómo vá tu vaca, María?
(1) Triñdades, escribe sobriamente Fialho, como una fraseque
tiene ya poder de gran evocación poética en Portugal.— N. del T,
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