Página:DAlmeida Ciudad del Vicio.djvu/40

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FIALHO D"*ALMETDA

qué silencio se prolengaba...! Ni un ay de* ruiseñor noctámbulo, ni un eco de canciones desvaneciéndo- se en las quebradas... Un poco más allá, en el cabe- zo del otero, el formidable bulto de un dolmen ne- gro dibujando como el blanco de unos ojos mali- ciosos, guiñados en ojeadas de lascivia... Y atra- vesando en un haz ese bulto, la polvareda final de la luna, vemía en aureola a cercar de una fantás- tica vaporización ese perfil de zagala israelita.., Cuando ¡legó a la fuente, vió la praderta cubierta de ovejas, que, emy ujándose en silencio, topando, ca- yendo y mordiendo el polvo que levantaban, te- nían prisa en llegar a la gran pila de piedra, para beber... En pie sobre las losas de la fuente, el pastor sacaba agua con un gran cubo de cobre llenando la pila que al punto tornaba a quedar sin gota... Rosa- rio levantó la voz:

—¡Eh, eh, vecino Pedro!...

El pastor cesó de chapotear en el agua, Pedro se levantó:

--¡Eh, eh, Rosario!...

Y ambos inmóviles, sin querer avanzar, quedaron mirándose entre el torbellino del rebaño:

—Buena neche hace, dijo uno.

—Es verdad, dije el otro; y se hizo un gran silen- cio...

Dee qué? ¿vienes a la fiesta de San Juan?...

—AsÍ es..

—Pues ya es tarde por aquí, agregó vagorosa- mente el pastor.

Rosario tuvo un sobresalto; el monte quedaba le-

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