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FIALHO D'*ALMEIDA

tugal; el Marqués de Soveral, el Conde de Arnose, el Conde de Sabugosa, toda la roda chic...

Desde la niñez tiene Fialho clavada en la retina la visión afrentosa del hiño despreciado por sus compañeros de colegio más ricos. Toda la amargu- ra que rezuñha la obra flahhesca se explica con esta infancia áspera y hostil. A los seis años, el padre, tal vez realizando un esfuerzo supremo, lo trae-in- ternado al Colegio Europeo, entonces en el Largo do Conde Baráo, allí entre los insultos y desprecios de los meninos ricos que le arrojan toda la intui- tiva injusticia de los niños, pasa las primeras penas, siente los primeros dolores, esos dolores sordos de los niños que tan admirablemente han plasmado en sus novelas Daudet y Dickens...

La clientela del Colegio”estaban reclutada, entre los niños de la burguesía de Lisboa; él era quizá, entre los colegiales, el de más humilde extracción... Y ni siquiera pudo permanecer mucho tiempo en el co- legto. Aquella vida de estudio y de sujección había sido para él, por anticipado y como en avant-goút, el resumen de todas las amarguras que luego había de sufrir en su vida de hombre, la sonrisa desdeño- sa del fatuo hidalgo, el desdén marcado del bacalhoet- ro enriquecido, el cinismo despótico que trata de hu- millar al débil, poniéndole el pie en la cerviz para hacerle entender su flaqueza y su inferioridad: todo eso dEbió sentir Fialho en el umbral de su vida, en aquel colegio situado en el barrio animado y comer- cial del Conde Barío, con sus callejuelas y «boque- rones» que salen a los muelles; Bogueiráo do Duro,

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