Poco a poco vino de nuevo la luz. El sol fue liberado de la mancha obscura que lo había vencido. Las nubes negras se diluyeron y se empezó a despejar DAANY BEÉDXE.
Águila Nocturna escuchó en sus adentros, la voz de su Maestro, que le decía que se preparara a ver la partida de Los Cuatrocientos Guerreros del Sur.
El Señor de los Dardos de Fuego empezaba a bajar, la Montaña Sagrada del Jaguar estaba totalmente cubierta de tierra. No quedaba huella de los espléndidos edificios y las bellísimas plazas. Solo quedaban pequeños montículos donde hubo exquisitas construcciones.
Sobre lo que fue la plaza Norte, quedo una hondonada y en ella seguían los Cuatrocientos Guerreros del Sur, moviéndose ahora como esferas de luz; Águila Nocturna y el Venerable Maestro estaban en un promontorio de tierra, sobre la cara Norte de la plaza. Abajo las esferas luminosas empezaron a circular de derecha a izquierda. De una en una, las esferas se ubicaban en el cúmulo central de tierra, que estaba en la parte media de lo que había sido la plaza y con una explosión, que iluminaba el recinto, salían despedidas hacia el cielo, perdiéndose en el infinito azul de la tarde.
Águila Nocturna sentía en cada estallido y partida de las esferas, un dolor en el vientre, como un desgarre de sí mismo, entendía que cada esfera luminosa que partía, era un pedazo de él, que se desprendía para siempre de este mundo.
Con angustia el Guerrero sentía la partida de sus compañeros, algo en sus adentros le decía, que era la última vez que estaba con ellos. Sin embargo, estar al lado de sus Maestro, le dio aplomo y sobriedad.
Cuando partió el último de los Guerreros del Sur y se perdió su cauda luminosa en el inmenso cielo azul de aquella tarde, Águila Nocturna volteó a ver a su Maestro y se dio cuenta, que los dos eran esferas resplandecientes.