Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/166

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

154
DAVID COPPERFIELD.

- ¿No? dijo Steerforth.

- Ni la sombra de una.

- Podremos, creo, enseñarle la esencia... eh, David? continuó Steerforth mirándome.

- Cierto que si, respondile.

- ¡Ah! ah! exclamó la enana', ocupada siem- pre en alisar los cabellos de Steerforth; compren- do, hum! alguna de vuestras hermanas, Mr. Copperfield?

- No, dijo Sleerforth adivinando mi respuesta, nada de eso... Al contrario, en otro tiempo Mr. Copperfield tenia... si no me cquivoco... una gran admiracion hacia ella.

- ¿Y por qué ya no la admira? replicó miss Moweher. Es correton? ;Oh! qué vergüenza! ¿ Vuela de flor en flor? ¿Cambia á cada minuto? ¿ Engaña todos los dias à su amor?

La mirada inquisitorial con que la jorobada acom- pañó sus preguntas, me desconcertó por un mo- mento; sin embargo, recobréme pronto y respondi :

- La jóven á quien se alude se llama Emilia.

- Ah! jah! repitió la jorobada con el mismo tono. ¡Hum! ¿Quizás me encontrareis demasiado indiscreta?

Su acento y su modo de mirarme me causaron una impresion penosa dificil de describir. Se me figuraba que profanahan el nombre de Emilia con semejante broma; asi es que tomando un aire sério le respondi.

- Sabed, señora, que esa jóven es tan virtuosa como linda; debe casarse con un honrado y labo- rioso muchacho de su clase. La admiro, tanto por su belleza como por su sensatez.

- Muy bien dicho, exclamó Steerforth; oid! ¡oid! Quiero á mi vez satisfacer la curiosidad de esta Fátima en miniatura, mi querido amigo, no dejando nada por adivinar. La persona de quien se trata está actualmente como aprendiza en casa de Omer y Joram, pasamaneros, sastres, etc., de esta ciudad, entendedlo bien; está prometida á su primo, que se llama Cham Peggoty, un excclente constructor de barcos, tambien de nuestra ciudad. Por su parte, ella es la muchacha mas seductora y bonita del mundo. Ciertamente que la admiro... como un amigo. Si no temiese parecer que des- preciaba á su pretendido... lo que estoy seguro disgustaria á mi amigo... añadiria que se me figura que Emilia ha escogido quien no le vale cierta- mente... que hubiera podido lograr algo mejor y que hay muchas ladys que no la valen.

Miss Mowcher escuchó estas palabras, que fue- ron pronunciadas lenta y distintamente; las escu- chó con la cabeza agachada pareciendo reflexionar y buscar el sentido de un enigma; luego, asi que se calló Steerforth, volvió á tomar su aire de viveza cómica y empezó á charlar como una cotorra, al mismo tiempo que cepillaba y peinaba las patillas de mi amigo.

- ¡Ah! Y cs eso todo? dijo ella; me parece bien. Hé ahí una historia completa, cuyo desenlace debe ser el siguiente : se casarán y vivirán felices; en esto no cabe duda. Ah, Steerforth, Steerforth! conozco, sin embargo, una variante, como se dice en cierto juego. Amo á la hermosa con una S porque es Seductora; la odio con una P porque es la Prometida de otro, y la adoro con una R por- que medito un Rapto... Ah, señor Copperfield ! teneis aquí un amigo que es un modelo... pero ya está peinado y rizado por mis manos; á vuestra vez, ¿quereis?

- ¿Qué decis de esto, amigo mio? me preguntó Sleerforth sonriendo y ofreciéndome su silla. ¿Que- reis que sus manos hábiles os embellezean?

- No, gracias. Esta noche no, respondi cada vez mas contrariado por aquella broma.

- Pues bien, haccis mal, replicó la enana fijan- do en mi su atrevida mirada. Se me figura que necesitariais que os arreglasen las cejas.

- Será para otra vez.

- Entonces os propongo otra cosa : me com- prometo á que os crezcan unas patillas en quince dias.

Rehusé de nuevo sin poder dejar de ruborizarme; pues sabia que mi rostro necesitaba este adorno viril; pero la enana, viéndome insensible á todas las promesas de su arte, no insistió mas, y se con- tentó con suplicarme que la ayudara á bajar de la mesa.

Se dispuso á marcharse atándose las cintas de su sombrero bajo su doble barbilla.

- ¿ Cuánto es? preguntó Stcerforth.

-Cinco chelines, respondió la enana. Me pa- rece que es bastante barato.

Y volviéndose á mi, añadió :

- ¿ No me hallais demasiado indiscreta, Mr. Copperficld?

- Nada de eso, respondí yo con amabilidad, aunque pensaba lo contrario.

Echóse los cinco chelines en el saco donde me- tió todos sus demas utensilios.