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DAVID COPPERFIELD.

Mientras duró aquella ocupacion continuó ha- blando con la misma calma :

- Sí, Daniel, os lo he prometido, en cualquier tiempo y en cualquier estacion cuidaré de la casa, y todo estará en regla. Aunque no sé mucho, tra- taré de escribiros durante vuestra ausencia, y diri- giré mis cartas á Mr. David. Confio en que me escribireis de vez en cuando, Daniel, para decirme cómo os va en vuestros viajes solitarios.

- Temo que esteis aqui demasiado aislada, dijo Mr. Daniel Peggoty.

- No, no, Daniel, no estaré sola; no os inquie- teis por mi. Bastante tendré que hacer si quiero que la casa eslé en regla para cuando volvais... para el regreso de quien tal vez venga. Cuando haga buen tiempo lavaré y fregaré como de costumbre el portal. Si alguien llegase, esa persona veria que la pobre vieja ha permanecido fiel...

¡Qué cambio tan rápido en mistress Gummidge! j aquella era otra mujer! ; tan llena de abnegacion! | comprendiendo perfectamente lo que era preciso decir y callar, olvidándose de sí misma y pensando en las penas agenas!..

La miré con una especie de veneracion.

Aquel dia trabajó como una negra.

Habia que ir á la playa en busea de varios obje- tos para guardarlos en la casa, tal como remos, redes, velas, cuerdas, anclas, barricas, sacos, etc. Aun cuando no le hubiesen faltado ayudantes, pues todos los vecinos querian mucho á Mr. Daniel, mistress Gummidge prefirió ir y venir sola, dando abasto á todo y sin notar siquiera que cargaba con sacos dos veces mas pesados de lo que permitian sus fuerzas.

Parecia haber perdido completamente la memo- ria de sus pasadas desgracias.

La igualdad dle su carácter y la especie de ale- gría que afectaba al manifestar su simpatia por la desgracia de Mr. Daniel y de Cham, no eran los rasgos menos caracteristicos de su repentina trans- formacion.

En todo el dia no habia observado la menor emo- cion en su voz, ni una lágrima en su pupila, hasta que, á la venida del crepúsculo, Mr. Peggoty, falto de fuerzas, se quedó dormido, y ella exhaló un sus- piro, y llevándome hácia la puerta me dijo :

- Que Dios os bendiga! sed un amigo para este pobre hombre.

Luego, corriendo fuera de la casa, fué á lavarse la cara y volvió tranquilamente al lado de Mr. Peggoty, á fin de que al despertarse la hallase ocupada tranquilamente cosiendo. En una palabra, al retirarme no me cansaba de admirar el ejem- plo que me daba mistress Gummidge.

Podian ser las nueve ó las diez de la noche cuan- do vagando melancólicamente por la ciudad me paré á la puerta de Mr. Omer. Su hija me dijo que la desgracia de Emilia le habia afectado hasta tal punto, que habia sufrido durante todo el dia, y se habia acostado sin fumar su pipa.

Mistress Joram creyó que en su calidad de mu- jer y de madre debia pronunciar algunas palabras severas acerca de la infortunada, pero dejándose llevar de mejores sentimientos, se echó á llorar, añadiendo :

- ¿Qué será de la pobre jóven? qué hará? ¿cómo ha podido ser tan cruel para consigo misma?

Me acordaba del tiempo en que Mineta era jo- vencita y linda; le agradeci que no lo olvidara al pensar en Emilia.

- ¡Ah! dijo mistress Joram, Mineta acaba de dormirse, y estoy segura que sueña con Emilia; aun lleva en su cuello una cinta que Emilia le ató la última noche que pasó aqui.

En esto llegó Joram, y se encargó de consolar á su excelente esposa, y les dejé para ir á casa de Peggoly.

Mi querida niñera se hallaba aun al lado de su hermano, donde queria pasar la noche. Una vieja criada era la única persona que guardaba la casa, cuyos servicios fueron necesarios desde la última enfermedad de Mr. Barkis.

Como no la necesitaba la envié á acostarse, y me quedé solo, pensando melancólicamente.

Al oir el aldabon de la puerta me estremeci : levantéme y fui á abrir.

Al principio solo vi un paraguas descomunal, que parecia andar solo; debajo de él acabé por deseubrir á miss Mowcher.

No me hallaba dispuesto á recibir muy bien á la jorobada; pero como al cerrar con trabajo su pa- raguas noté en su fisonomia, no aquella expresion que habia llamado mi atencion la primera vez que la vi, sino cierta tristeza, la acogi mas favorable- mente.

¿Qué os trae aqui, miss Mowcher? le pre- gunté.

- Os he seguido por la calle, respondió, y no he podido alcanzaros... Queria hablaros de lo que