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DAVID COPPERFIELD.

jetar los corazones, se romperán un dia como tela de araña, y el amor será vengado.

Mezquino consuelo, á no dudar; pero miss Julia no queria alentarme con falaces esperanzas. Des- pues de haberla visto me conceplué mas desgra- ciado que antes, aunque comprendi, - y me com- plazco en decirlo,-que vi en ella una verdadera amiga.

Decidimos que al dia siguiente por la mañana iria á ver á Dora, á fin de asegurarle, fuese por medio de un signo, ya por una palabra, mi cons- tancia y mi amor.

Nos separamos transidos de dolor, y se me figu- ra que miss Julia quedó contenta de si misma, ¿ qué es lo que digo? tan feliz como podia serlo. Asi que hube vuelto á casa, conté todo á mi tia, y á pesar de todas sus amonestaciones, me acosté desesperado y me levanté lo mismo; era un sába- do y me dirigi á la ofieina.

Quedé sorprendido al ver en el umbral de la puerta, los alguaciles que hablaban entre si con cierta animacion, y á cinco ó seis curiosos que miraban las ventanas aun cerradas. Apreté el paso y atravesé el vestibulo. Los pasantes se hallaban en sus puestos, pero nadie trabajaba. El pobre Tif- fey creo que por la primera vez en su vida, se ha- llaba sentado en otro sitio que el suyo y con el sombrero puesto.

- ¡Que horrible desgracia, Mr. Copperfield! me dijo al verme entrar.

- ¿Qué ocurre? ¿de qué se trata? le pregunté.

- ¡Pues qué, no lo sabeis! me dijeron Tiffey y los demas pasantes rodeándome.

- No, respondi, examinando la fisonomía de todos ellos.

- Mr. Spenlow... dijo Mr. Tilfey.

- ¿Qué le ha sucedido?

- Ha muerto.

Tuve un vértigo. Cai desmayado en los brazos de los otros pasantes, que me colocaron en un sillon, soltándome la corbata y echándome agua al rostro.

- ¡Muerto! exclamé al recobrar los sentidos, y no sabiendo cuanto tiempo habia estado desma- yado.

Entonces me contó Tiffey, que Mr. Spenlow habia ido la vispera á comer fuera de casa, y que él mismo habia querido guiar su faeton hasta Nor- wood, despues de enviar á su lacayito en la dili- gencia, como sucedia algunas veces. El faeton ha- bia llegado à Norwood sin él, y los caballos se habian parado delante de la puerla de la cochera. El palafranero acudió corriendo con su linterna, y no halló a nadlie en el coche.

- ¿Se habian desbocado los caballos?

- Los caballos, continuó Tiffey, no estaban su- dados como si hubiesen galopado. Las bridas se hallaban rotas, pero era consecuencia de haberse arrastrado por el suelo. Dióse la alarma en la easa. Levantáronse tres criados y recorrieron el camino, y por fin hallaron i su amo á una milla de dis- tancia.

- A mas de una milla, interrumpió uno de los pasantes.

- Teneis razon, añadió Mr. Tiffey, i mas de una milla, cerca de la iglesia... tendido en el lin- dero del camino, con el rostro apoyado contra el suelo. ¿Habia caido á consecuencia de un ataque apoplético? Habia bajado del coche conociendo que le iba á acometer el acceso?... No se sabe. Aunque aun respiraba no podia articular una pa- labra, y en vano el cirujano mas próximo le pro- digó toda clase de cuidados; todos los auxilios fue- ron inútiles.

Facilmente se adivinará la impresion que me causó un acontecimiento tan imprevisto, que supe sin la menor preparacion, y que habia ocurrido a aquel con quien tuve la vispera una explicacion tan delicada. ¿ No era aquello un sueño? Estaba va- cante en realidad aquel puesto en que momemtos antes creia encontrarle? Ya no volveria á abrirse para él la puerta de aquel gabinete? Cómo hacer comprender al lector lo que vo senti en el fondo de mi corazon!

Traté en vano de rechazar el sentimiento de la egoista pasion, que envidiaba al que ya no existia, å un padre, el dolor de su hija; como si yo solo tuviese el derecho, aun en aquel momento solem- ne, de absorber todos los pensamientos de Dora.

En aquella turbacion de mi inimo, que, en ho- nor mio, creo que alguno mas que yo la habrai experimentado, me dirigi á Norwood aquella mis- ma tarde, y sabiendo que miss Julia se hallaba alli, volvi á Lóndres para dietar una carta en la que manifestaba la parte que tonaba en semejan-" te desgracia.

Supliqué á Julia que manifestase á Dora si se hallaba en disposicion de recibir tal noticia, que Mr. Spenlow, antes de morir, me habia hablado con una bondad perfecta, y no habia hecho el me-