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DAVID COPPERFIELD.

carta dirigida i la que se dice la respetuosa y agra- decida amiga de Mr. Traddles,

» EMMA MICAWBER. »

La confrontacion de las dos misivas me confirmó en mi conjetura que era tambien de Traddles; respondimos ambos á Mr. Micawber, y el dia in- dicado nos apresuramos á acudir á la cita.

Mr. Micawber se nos habia adelantado, calcu- lando la hora á fin de tener tiempo para en- tregarse préviamente á sus profundas reflexiones, que nos comunicó despues de habernos dado un millon de gracias por nuestra amistosa condescen- dencia.

- He querido, nos dijo, encontrar mis antiguas impresiones en el sitio en que las habia experimen- tado, y lo confieso, señores, cambiaria gustoso la cadena que hor arrastro en mi aparente libertad, por la violencia que sufri entre los muros de esa prision... donde Mr. Copperfield pudo juzgar de la filosofia que acabó por cansar á mis desapiadados acreedores. ; Ay! cuando era huesped de esa cireel podia mirar á mis prójimos eara á cara, y hoy mis prójimos y yo no estamos en tan buenas rela- ciones.

Le pregunté por Mr. Wickfield y su hija...

Al escuchar este nombre meditó un instante; respondió que Mr. Wickfield no gozaba de muy buena salud, y alabó las virtudes de Inés en el tono del panegirico.

- ¿Y nuestro amigo Heep?

- ¡Nuestro amigo! exclamó, el vuestro ó el mio? jah! el vuestro me disgustaria por vos; el mio, me sonrio sardónicamente; pero con cual- quier nombre que califiqueis á mi principal, decla- ro que tiene algo del zorro, por no decir del diablo. Permitidme dejar este asunto, que por poco altera mis facultades mentales.

Evidentemente nos acercábamos á la confidencia; pero reconoci que no convenia violentar la expli- eacion, y supliqué á Mr. Micawber aceptase el ser presentado á mi tia.

- Hay una habitacion á vuestra disposicion, añadi, y nos hareis un ponche por vuestro mé- todo.

- Señores, replicó Mr. Micawber, haced de mi lo que gusteis; soy una paja que fluctúa sobre el abismo y me encuentro mecido en todas direccio- nes por los esperpentos... escusadme, por los ele- mentos he querido decir.

Lo conducimos á Highgate; durante todo el tra- yecto estuvo pensativo, tratando de reanimarse con alguna cancion, pero caia en seguida en su melan- colia ordinaria.

Traddles y yo lo cogimos por los brazos y lo llevamos hasta el despacho de billetes de la dili- gencia de Highgate; llegamos indecisos, sin saber qué hacer ni qué decir, pues Mr. Micawber seguia con su humor negro, por mas que empezó mil veces la cancion para combatirlo, pero sin pasar de las primeras notas.

Fuimos á casa de mi tia, y no á la mia, en aten- cion á la débil salud de Dora.

Mi tia, advertida de nuestra vuelta, se nos unió para recibir graciosamente á Mr. Micawber, que le besó la mano, y retirándose á una ventana sacó su pañuelo y sostuvo una lucha mental consigo mismo.

Mr. Dick, que estaba presente, siguiendo su ins- tinto de consolar á los afligidos, le prodigó algunas atenciones, á las que respondió nuestro huesped con saludos y apretones de manos que nos hubie- sen divertido en otra ocasion, pero estábamos muy preocupados para tomarlo à risa, y mi tia la pri- mera, colocando delante de Mr. Micawber los in- gredientes necesarios para componer el ponche, se tomó el trabajo de hacerle hablar.

- Espero, le dijo, que mistress Micawber y de- mas familia están en buen estado de salud.

- ¡Tan bien, señora, respondió con desespera- cion, como pueden estar los proscritos y vaga- bundos!...

- ¡Bondad divina! qué cosas decis! exclamó mi tia, que no conocia aun el sistema hiperbólico que empleaba Mr. Micawber.

- Sí, señora, replicó, la subsistencia de mi fa- milia está en el aire; mi principal...

Pero á esta palabra, que parecia una entrada en materia, se interrumpió para mondar un limon, y Mr. Diek, despues de una pausa, le recordó la cuestion, diciendo :

- ¿Con que vuestro principal?...

- Dispensadme, eaballero, y gracias, dijo Mr. Micawber; si, señora, mi principal... Mr. Heep, tuvo la bondad de decirme un dia, como observa- cion accidental, que sin los emolumentos que ten- go en su casa seria probablemente un charlatan ambulante que me tragaria los sables y masticaria el elemento devorador; creo que será muy posible que mis hijos se vean reducidos á ganar su sus-