Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/46

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

34
DAVID COPPERFIELD.

que eran todas parecidas, y penetramos en la estancia de una de aquellas veinte y cuatro viejas, que soplaba la lumbre para que hirviese el agua de una cacerola pequeñita. Al ver entrar al pasante, la vieja dejó su ocupacion, y hasta creo que la oí decir :

— ¡Ah! ¡es mi Cárlos!

Pero al ver que el pasante no venia solo, se levantó y restregó las manos, un tanto turbada y haciéndonos una reverencia.

— ¿Podriais aderezar el almuerzo de este jovencito? dijo el pasante.

— ¿Que si puedo? respondió la anciana; sí, vaya si puedo.

— ¿Qué tal va hoy, mistress Fibbitson? preguntó el pasante mirando á otra vieja que se hallaba sentada en un sillon al lado de la lumbre, y escondida de tal modo debajo de una porcion de ropa, que aun me doy la enhorabuena de no haberme sentado encima de ella por equivocacion.

— ¡Ah! ¡no va muy bien! respondió la primera; hoy es uno de sus dias malos; siempre tiene frio, y se me figura que si por cualquiera casualidad se apagase el fuego, tambien ella se apagaria para siempre.

Entonces examiné con mas atencion á aquella pobre inválida : por mas que aquel dia hacia calor, ella parecia pensar solamente en el fuego. Hubiérase dicho que tenia celos de la cacerola; como se la empleó en calentar el huevo y cocer el torrezno me cobró mala voluntad, me amenazó con el puño durante aquella operacion culinaria, luego aproximó aun mas su sillon á la chimenea, y envolvió, por decirlo así, el fuego, como si ella hubiera sido así quien le prestara calor, vigilándole con una desconfianza avara. Por fin, mi almuerzo estaba cocido y el fuego libre, así es que la vieja manifestó su alegría por medio de un acceso de risa... que, para decir verdad, no tenia nada de melodioso.

Sentéme para comer el huevo, el torrezno y el pan. Gracias á un cuartillo de leche que fué á buscarme la primera vieja, almorcé perfectamente. Mientras que saboreaba mi desayuno, la primera vieja dijo al preceptor :

— ¿Traeis con vos la flauta?

— Sí, respondió el interpelado.

— Tocad algo, añadió la vieja con tono zalamero. Tocad algo, os lo suplico.

El pasante, sin hacerse de rogar, echó mano al frac, sacó la flauta, y ajustando los tres pedazos en que se hallaba dividida, empezó á tocar inmediatamente. Quedóme la impresion que no habia mortal que tocara peor la flauta que él : imposible oir una cacofonia semejante. No podré decir si las notas que daba formaban ó no lo que se llama un aire, y si este despertó en mí mis pensamientos mas tristes; pero el primer efecto de su influencia fué traerme á la memoria todas mis penas, hasta el punto que se me saltaron las lágrimas; el segundo fué el quitarme el apetito, y el tercero darme tal sueño que apenas podia abrir los ojos. Aquel recuerdo me dá sueño aun hoy dia; si, por mas que hago, dejo de ver aquel cuartito del hospicio, con su aparador en una de sus esquinas, sus sillones de respaldo cuadrado, la escalera que conducia al cuarto de arriba, la chimenea adornada con tres plumas de pavo real, ¡si hubiera podido presumir del sitio en que debia brillar un dia su soberbia cola! — Todo esto se disipa y desaparece ante mí; tengo sueño... No oigo la flauta, y lo que oigo son las ruedas de la diligencia. Vuelvo á empezar el viaje, y un tumbo me despierta de repente; la flauta gime de nuevo, y el pasante, con las piernas cruzadas, encanta melancólicamente á la pobre vieja. La misma influencia reproduce los mismos efectos : todo vuelve á desaparecer; la flauta, el maestro, la vieja, el colegio Salem, David Copperfield, y todo esto deja puesto á un sueño profundo.

Aquella vez soñé que, mientras que el artista ejecutaba aquella lamentable melodia, la pobre vieja, que cada vez se habia acercado mas y mas á él en un éxtasis de admiracion, se apoyaba en su silla, le besaba afectuosamente y se paraba la música de repente. Yo me encontraba en un justo medio entre el sueño y la vela; pero poco despues tuve la seguridad que no soñaba al oir muy distintamente á la misma mujer que preguntaba á mistress Fibbitson :

— ¿Verdad que esto es delicioso?

— Sí, sí, respondia la aludida mirando el fuego, como si atribuyese á él todo el mérito de aquel encanto.

Cuando le pareció que habia dormido lo bastante, el pedagogo guardó la flauta en el bolsillo y me sacó de allí. La diligencia de Salem no estaba lejos. Subimos al cupé; pero tan predispuesto estaba á dormirme, que á la primera parada, cuando subió un nuevo viajero, este se instaló en mi asiento, y me colocaron en el interior, donde estaba solo.