Se me ha dado órden de que os ponga este rótulo á la espalda. Dormíme profundamente hasta que la diligencia subió al paso una cuesta entre dos hileras de árboles. No tardó en pararse; ya habiamos llegado al término de nuestro viaje.
Andamos aun un poco, y el pedagogo y yo nos encontramos frente al colegio Salem, casa de una apariencia triste, rodeada de una pared de ladrillos bastante alta. Encima de la puerta se leian estas palabras : Salem-House. Llamó el pasante : antes de que se nos abriese miraron por un ventanillo con enrejado de hierro; el que así nos inspeccionaba era un hombre de fisonomía dura, de cerviguillo de toro, de pelo cortado á punta de tijera, y con una pierna de palo.
— El nuevo seminarista, dijo el pasante.
El hombre de la pierna de palo echó una ojeada al novato, y al cerrar la puerta detras de mí, se guardó la llave en el bolsillo. Nos dirigiamos hácia la casa por una calle de árboles, cuando llamó á nuestro conductor, sin abandonar su portería :
— ¡Mr. Mell!
Volvimos la cabeza, y le vimos con un par de botas en la mano.
— Durante vuestra ausencia, Mr. Mell, ha venido el zapatero, y me ha dicho que lo que es por esta vez no puede componerlas. Pretende que ya no queda ni un solo pedazo de la bota primitiva, y se asombra de que hayais podido pensar en la posibilidad de una compostura.
Diciendo y haciendo le tiró las botas, y el pobre pedagogo dió algunos pasos para recogerlas, y las miró con aire tristísimo al llevárselas. Entonces eché de ver que las que llevaba en los piés estaban bastante usadas, y hasta podia distinguirse la media á través de una grieta.
Salem-House era un edificio cuadrado de ladri-