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DAVID COPPERFIELD.

costumbre en la despensa, y Peggoty, con una habilidad que me maravilló, sacó la cuestion á plaza.

— Este niño se entregará allí á la pereza, dijo miss Murdstone, y la pereza es la madre de todos los vicios. Bien es verdad que aquí y en todas partes se entregará á la pereza; es mi opinion.

En el aire de Peggoty conocí que tenia en la punta de la lengua una contestacion un poco violenta; pero la suprimió en obsequio mio, y guardó silencio.

— Bien mirado, continuó miss Murdstone examinando un tarro de conservas, como entre eso y el reposo de mi hermano, su reposo es lo mas importante... se me figura que haré bien diciendo .

Dile las gracias sin hacer ninguna demostracion de alegría, temiendo que se retractase. Aun cuando no hubiese tenido la experiencia del pasado, la malignidad de la mirada que fijó en mí me hubiera inspirado aquella prudencia. Sin embargo, demostró que era una mujer de palabra, y así que expiró el mes, Peggoty y yo emprendimos nuestro viaje.

Barkis vino á casa á buscar los dos baules de Peggoty; franqueaba la verja del jardin por vez primera, y al cargarse al hombro el baul mas pesado, me guiñó el ojo de un modo significativo, dado caso que aquella fisonomia impasible pudiese expresar alguna cosa.

Naturalmente que Peggoty sentia dejar una casa que habia sido como suya durante tanto tiempo, y donde habia formado los dos lazos mas estrechos de su vida : su cariño á mi madre y á mí.

Por la mañana temprano fué al cementerio.

Al subir á la tartana se cubria su rostro con el pañuelo.

Mientras permaneció así, Barkis ni siquiera pestañeó; cualquiera le hubiera tomado por un tartanero disecado. Pero cuando Peggoty empezó á erguir la cabeza y á hablarme, Barkis hizo un gesto. ¿A quién iba dirigido? ¿qué queria decir? No lo sé.

— Hace buen dia, Mr. Barkis, le dije por decirle algo.

— No es malo, respondió el enigmático tartanero, que rara vez se comprometia con una respuesta afirmativa.

— Peggoty está completamente buena, añadí, creyendo que esto le agradaria. — ¿Con que está completamente buena? —respondió.

Despues de haber reflexionado con un aire que tenia ciertas pretensiones de sagacidad, Mr. Barkis se decidió á mirar á Peggoty y á preguntarle :

— ¿Estais completamente buena?

Peggoty respondió que riendo.

Aquel entusiasmó á Barkis, y sin duda por oirle de nuevo repitió :

— ¿Con que estais completamente buena?

Pero aquella vez, uniendo el gesto á la palabra, trató de dar un codazo amistoso á Peggoty, y al acercarse á ella con intencion, por poco me ahoga.

Volvió á su sitio á la observacion que le hizo Peggoty; pero habia tomado gusto á aquella ingeniosa pantomima, creyendo, sin duda, que la invencion era maravillosa para hablar sin hacer un esfuerzo de imaginacion, así es que de cuando en cuando tenia que soportar yo el peso de... sus discursos...

Acabé por tomar mis precauciones cada vez que le veia moverse, y me inclinaba con suma ligereza á fin de evitarle, exponiendo á Peggoty á aquellos singulares interrogatorios, mas risibles que no peligrosos para ella.

Pero Mr. Barkis, no solo se mostró galante de aquel modo, sino que, parándose en una venta situada en medio del camino, insistió para que aceptáramos unas costillas de carnero asadas en las parrillas y una botella de cerveza; pero aun allí un nuevo codazo estuvo á punto de dejar sin respiracion á Peggoty mientras bebia tranquilamente. Afortunadamente cuando nos hallamos muy cerca de Yarmouth Mr. Barkis volvió á su discrecion de costumbre, pues tuvo que poner cuidado á su caballo para no tropezar ó engancharse con los demas coches y carros que hallábamos en el camino.

Mr. Daniel Peggoty y Cham nos esperaban en el sitio de costumbre. Nos recibieron bien y apretaron la mano cordialmente á Barkis, que, con el sombrero echado hacia atrás y tratando de reirse significativamente, tenia en verdad un aire sumamente cómico.

Mientras que el tio y el sobrino cargaban respectivamente con los baules de Peggoty, Mr. Barkis me hizo señas con la mano.

— Espero que todo marcha bien, me dijo.

Miréle frente á frente, y queriendo manifestarle que le habia comprendido, ya que me dispensaba la honra de escogerme por medianero, le respondí con suma gravedad : ¡Ah!

— Aun falta algo, continuó con misterio, pero todo marcha bien.