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LUCILA DE GREGORIO LAVIÉ


cha, para excluir a la mujer, y toman la palabra hombre por varón.

Los poetas cantan a la mujer como el sumo de la belleza y objeto de su aspiración.

En legión inacabable filósofos, teólogos, literatos de todos los tiempos al comentar a “la mujer”” han escrito bellas frases tan bellas que se.las sigue repitiendo, aun cuando no se esté de acuerdo con su significado, en las que volcaron todo el ve- neno de sus almas atormentadas, para denigrarla.

Generosamente debemos olvidarlos ahora; puesto que su influencia ha dejado de sentirse y el maleficio se ha conjurado. Trataremos de no incurrir en ésta charla en los mismos vicios al pasar revista a la evolución que ha sufrido en la vida social del país, la condición de las mujeres. Generalizaremos lo menos posible pero como en las películas, hacemos la salvedad de que, en todo caso, dejamos libradu al criterio personal el excluirse de las alusiones, a quienes están convencidos que el sayo no les cabe.

La EDUCACIÓN

Al evocar los días románticos de la Colonia, el período pre- revolucionario y los primeros tiempos de la emancipación, ima- ginamos a las gentiles porteñas y a las dulces provincianas que animaron los salones, llenas de gracia, cautivando con su trato amable a cuantos extranjeros las frecuentaron. Su instrucción era reflejo del hogar y lo que sabían lo habían aprendido en él.

En Buenos Aires hasta 1810 sólo hubieron dos estableci- mientos para la educación de niñas; el de el monasterio de Santa Catalina, autorizado por Real Cédula de 1717 y el de niñas huérfanas fundado en 1666 y que pasó a depender del Ministerio de Gobierno en 1822. Tenía una escuela anexa a la que coneurrían niñas pudientes.

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