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Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/118

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DE MADRID A NAPOLES

aquel balcon (obra artificial del dueño del Hotel de la Cascada) estaba reconocido y garantido de seguridad por un ingeniero, y el asomarse á él costaba...medio franco por persona

De vuelta en el hotel (donde nos dijeron que todos los ingleses tomaban allí una copa de cognac, para reparar las fuerzas perdidas al subir á la cascada, y que por consiguiente nosotros debíamos hacer lo mismo) volvimos á montar en nuestros mulos (con los que empezábamos á transigir hasta el punto de haber butizando yo el mio con el nombre de anexionado), y seguimos nuestro camino.

A un tiro de fusil del Hotel de la cascada, pasamos el Agua Negra (que no lo era sino de nombre) por un puentecillo de mala muerte, en que, al decir de nuestros conductores, terminaba la Saboya, esto es, la Fran- cia (antes, la Italia), y principiaba el canton del Valais...

Volvíamos, pues, á entrar en Suiza.

Ninguna valla, nigun signo nos demostró al principio semejante tránsito... pero un poco más lejos encontramos las ruinas de un muro en que antiguamente hubo una puerta...

Alli hay ahora una casilla, en que un viejo soldado suizo, de clásico aspecto, vestido con cierto negligé de guerra , y provisto de la indispensable pierna de palo, os pide con muy buenos modos el pasaporte; lo sella sin mirarlo; recibe una peseta ó cosa tal, y os saluda reverentemente...

Ya no podía cabernos duda de que habíamos pasado una frontera.

Un poco más adelante empezamos á encontrar gente campesina, Y chatels' ó cabañas, cuyas chimeneas humeantes daban indicio de que no estaban desiertas.

El camino que seguíamos era una cornisa tallada en la roca. A nuestros piés, á la izquierda, abríase un profundo barranco en que mujía despeñado el Trient, y do quiera que dirigíamos la vista hallábamos una pintoresca confusion de nieves, pinos, arroyos, cabras, pastores, peñas, puentecillos de madera, altísimas escaleras de mano para trepar á las chozas, y mil otros objetos adecuados á la afanosa vida de los habitan— tes de aquella naturaleza convulsa...

¡ Y allí fue donde nos esperaba una de las humillaciones más grandes por que haya pasado hombre alguno!

Figuraos que Iriarte y yo, muy orgullosos con la arriesgada visita que acabábamos de hacer al Mont-Blanc en tan adelantada estación, y confiando en la opinion de nuestros guías, habíamos escrito el dia anterior en el Album de la Flechere estas imprudentes palabras:

«Dia 17 de octubre.

«Nosotros seremos los últimos viajeros que pongan su nombre en este libro en el presente año.»

Y hé aquí que, á poco de pasar la frontera suiza, nos Cruzamos con tres viajeros que se dirigian á Chamounix, provistos de sus mulos, de sus guías y de sus bastones!