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DE MADRID A NAPOLES

se dulcificó paulatinamente. Desfilaron ante nuestros ojos algunos Castillos, unos de pié y otros arruinados, notables entre ellos el de Rochefort, cuyos inmensos escombros causan espanto, y el de Lovois, que se restauraba á la sazón, y penetramos en otro túnel de mil metros, que nos trasladó en pocos instantes á una preciosa aldea, llamada Taulay, coronada por una fortaleza de la edad media, cuyo aspecto, asi como el de la poblacion, no podia ser mas romántico ni pintoresco.

En seguida se presentó otro túnel de quinientos cuarenta metros y llegamos á la ciudad de Tonerre.

Habíamos salido de la Borgoña y entrábamos en la Champaña.

¡Ah! yo detesto los viajes en ferro-carril. Es cruel, es impío, pasar de este modo por insignes ciudades y memorables territorios sin detenerse á saludarlos. Es una constante profanacion que deja remordimientos en el alma. Parece como que se desprecia ó se iguala todo; como que se da poca importancia á aquellos vetustos pueblos que nos esperan hace miles de años sentados á la vera del camino, y á aquienes dejamos atrás sin preguntarles su nombre y su historia ni rendir culto á su glorioso pasado.

— Estamos en la Champagne... (piensa cuando mas el viajero) ¡Champagne!... ¡Champagne!... Esta es la patria de aquel vino...

Y en efecto; á medida que adelanta por el país, le salen al encuentro aldeas y ciudades cuyos nombres recuerda haber leido toda su vida, á la hora deliciosa de los postres, en la etiqueta de ciertas gordas botellas muy dadas á los brindis, al sentimiento, á la inspiracion, al amor de segunda clase y al cambio de provocaciones y tarjetas...

Después de Tonerre, se pasa un buen Puente colgante, y el Canal de Borgoña, y muchas quintas, y los pueblos de Flogni, Saint-Florentin' Brienon, Laroche, Joigni, Saint-Julien y Villeneuve, y se llega por último á

Sens, la ciudad gala, cruzada de arroyos, rodeada de vides, coronada de torres, cuyas campanas tienen una reputación europea.

Yo no las oí sonar en los tres minutos que estuve en Sens.

En compensacion aprendí que allí se hacia ya navegable el Yonne.

Mas, ¿para qué? — Para morir muy luego en el Sena...

¡Salud al Sena! Hé aquí sus amarillentas aguas, pobres é inocentes, pasando en este momento por rústicos parajes, y destinadas á reflejar muy pronto palacios imperiales, grandiosos monumentos, puentes maravillosos, y á ser la vida y el alma de la espléndida ciudad de París.

De todas las imágenes que he leido en los poetas, ninguna recuerdo, más exacta que la que compara á los grandes ríos con los grandes hombres, nacidos en pobre cuna, criados en oscura senda, iluminados luego por toda la luz de la gloria, moradores de alcázares y jardines, y sepultados al fin en el Océano de la Eternidad, que devora á chicos y grandes y los confunde en sus abismos misteriosos.

¡Y ved qué coincidencia! Aquí se nos presentan unidos el gran rio y el grande hombre. Estamos en Montereau.