nosotros tomaremos pronto por algunas callejuelas que nos ahorrarán mucho camino...
—Como querais.
Bogamos...
Los remos levantaban fosforencias en el agua, y producian un lento, claro y melancólico ruido, única señal de vida que daba la ciudad.
El resto de los viajeros se habia quedado en la estacion sacando sus equipajes.
Mi góndola era, pues, la única que surcaba el Gran Canal, triste y solitario en aquel paraje, por ser aquella parte la más lumilde y pobre de la poblacion.
Segun revolvíamos la ámplia curva del Canal Grande, la luna iba alumbrándolo de lleno, hasta que, por último, bañó su misteriosa luz toda el agua que servia de suelo á la calle, y brotaron de la oscuridad, fantásticas é indecisas, las graciosas fachadas de algunos Palacios, cuya noble y aérea arquitectura se copiaba en las olas trasparentes.
Al ver aquellos otros edificios debajo de la góndola, pareciíame que esta volaba, como una golondrina, por una calle cualquiera, á media altura de las casas...
Entre tanto, el Canal se ensanchaba y embellecia poco á poco.—Ya tendria cuarenta metros de anchura.—El alumbrado era cada vez más frecuente y esplendoroso. Los Palacios y las Iglesias se sucedian sin in terrupcion. Las puertas de unos y otras, y las de todas las casas grandes 6 pequeñas, estaban como á vara y media de altura sobre el nivel del Canal. De cada puerta arrancaba una escalinata de mármo!, cuyo último escalon era siempre agua...—Cada lado del Canal podia compararse á un inmensurable navío.
Frecuentemente, desembocaban en la via principal que nosotros seguíamos, algunas modestas callejuelas...
Yo escrutaba entonces con ávida mirada hasta el fondo remoto de aquellas travesías, y siempre encontraba lo mismo:—agua dormida entre dos hileras de edificios; agua opaca y silenciosa, cuya existencia se revelaba solamente por el largo reflejo que, cual estela de oro, trazaba, á todo lo largo de encrucijadas y callejones, algun turbio reverbero, destacán= dose de una equina...
Nada más triste y pavoroso que el dédalo de estrechísimos canales que se adivinaba allá adentro.—Ni un alma, ni un rumor, ni un punto de terreno en que tenerse de pié se percibian en aquellos barrios interiores, cuyo cielo apenas se alcanzaba á ver por encima de las altas y estrechisimas callejas, y cuyo pavimento era siempre un abismo taciturno.
Yo no habia creido nunca que fuera absolutamente verdad todo lo que cuentan los libros acerca de las calles de agua de Venecia; pero fuerza me es reconocer que, por esta vez siquiera, no hay exageracion en los asertos de los novelistas.— Venecia es más poética, más romántica, más interesante de lo que se la puede fingir la imaginacion.