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DE MADRID A NAPOLES

ruinaas el Templo de Salomón... — ¡Misterios de Dios! El puelo de Israel amasó con su sudor y su sangre el ancho circo destinado al martirio de los cristianos! — Tito inauguró el Coliseo , el año 79 de nuestra Era , con unas Fiestas que duraron cien dias consecutivos, durante los cuales perecieron allí 2,000 gladiadores y 5,000 fieras! — Después... son innumerables los esclavos, los cautivos y los creyentes que han derramado su sangre en aquel suelo. — ¿Quién ignora, sólo por lo que atañe á los cristianos, las sangrientas hecatombes de los tiempos de Domiciano, Marco Aurelio, Setimio-Severo, Maximino, y sobre todo las decretadas por Diocleciano, las de la Era de los Mártires?

Pero volvamos á olvidar lo pasado , y consideremos el Coliseo tal como hoy se halla; tal como yo lo he visto esta noche.

La luna bañaba aquella mitad del redondel y de las gradas en que habla dado el sol durante el dia. La otra mitad, la parte de sombra , estaba cubierta de nieve...

Avancé hacia la región iluminada por la luna, sin separarme del Podiumó barrera (pues no sé por qué, me daba miedo de cruzar diametralmente el anchuroso Circo), y reparé que, de trecho en trecho, se levantaban en torno de la Arena unos solitarios Pilares, á la manera de garitas, cuyo objeto no podia comprender. — Acerquéme á uno de ellos; pero estaba en la umbría, y no acerté á distinguir su verdadera forma, ni mucho menos la naturaleza y objeto de una como lápida, preservada por una verja de alambre , incrustada en aquel lado de cada pilastra que miraba al centro del Anfiteatro...

¿Qué podia ser aquello? ¿Serian monumentos levantados para perpetuar la memoria de los Césares? ¿Serian refugios ó burladeros para los luchadores perseguidos por las fieras? — Repito que no podia adivinarlo...

Llegué , en fin, á un tercer Pilar en que daba la luna ; fijé una tenaz mirada al través de la rejilla de alambre, y... ¿qué diréis que vi? — ¡Vi la pálida cabeza de Jesuchisto!

Era, sí, una pintura que representaba á Jesús Nazareno con la Cruz acuestas, coronado de espinas, con el rostro ensangrentado , y el dolor y la mansedumbre en los anublados ojos...

Esta aparición me asombró primeramente ; luego infundió en mi alma gratitud, veneración y ternura; por último, me comunicó valor y tranquilidad; me dio compañía en aquella soledad de muerte , y íüejó de mi imaginación todos los frios espectros que la aterraban un momento antes.

Y dejé do temer que en los subterráneos del Coliseo hubiese quedado escondida , bajo los escombros del Imperio Romano, alguna tigre con sus cachorros ; y comprendí que el sepulcro de la Antigüedad pagana era la cuna de la Nueva Era; y encontré que no me hallaba solo en aquellas ruinas en que vivia el espíritu de Dios; y recordé finalmente que no estaba en un Teatro maldito, sino en un Templo consagrado á los Mártires...

Resumiendo: Aquellos pilares eran un Via Crucis.